A 66 años del hundimiento del vapor de la carrera ‘Ciudad de Buenos Aires’ en el río Uruguay

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Este y otros recuerdos de la navegación fluvial entre Uruguay y Argentina se pueden encontrar en el libro ‘Historias del vapor de la carrera’ de Raúl Vallarino  

El vapor de la carrera Ciudad de Buenos Aires, partiendo del puerto de Montevideo

Capítulo del libro Historias del vapor de la carrera, del escritor uruguayo Raúl Vallarino

Durante 43 años, el vapor de la carrera Ciudad de Buenos Aires realizó la travesía entre las capitales del Plata. Gemelo del Ciudad de Montevideo, había sido construido en los astilleros británicos de Cammell Laird en 1914. Medía 111 metros de eslora y desplazaba 2.369 toneladas brutas. Llegó a estas costas adquirido por Nicolás Mihanovich, fue luego propiedad de los Dodero y pertenecía a la FANF cuando naufragó, en 1957. Pocos días antes había sido afectado a un nuevo destino: la línea entre Buenos Aires y los puertos del río Uruguay.

El Ciudad de Buenos Aires en uno de sus arribos a puerto, en la década de los años veinte

El 27 de agosto, en horas de la tarde, zarpó de la Dársena Sur con destino a Rosario; llevaba 78 pasajeros en primera clase, 63 en tercera y 89 tripulantes.
A pesar del invierno, la noche era algo calurosa, y comenzó a cerrarse en torno al buque una niebla que provocó, según todos los informes técnicos posteriores, visibilidad cero. Luego de la cena, varios pasajeros recorrían la embarcación, otros permanecían en el bar y algunos ya se habían retirado a sus camarotes.
Al mismo tiempo, el carguero estadounidense Mormacsurf, de 152 metros de eslora y 4.558 toneladas, se desplazaba desde Rosario hacia Buenos Aires.
Pertenecía a la empresa Moore MacCormack y había sido construido en 1948. Cuando el Ciudad de Buenos Aires se aproximaba lentamente al canal principal, más allá de la desembocadura del Paraná Guazú, casi frente a la isla Juncal, se produjo el choque. El Mormacsurf hundió profundamente su proa en el lado de estribor del Ciudad de Buenos Aires, y éste, tras escorarse en forma pronunciada hacia babor, comenzó a hundirse a gran velocidad. El pánico se apoderó de todos.

Estas fotografías, publicadas por el diario El País, muestran el estado en que quedó la proa del carguero Mormacsurf luego de la violenta colisión con el Ciudad de Buenos Aires.

Dos héroes

Desde el carguero se arriaron inmediatamente botes salvavidas y se lanzaron bengalas para iluminar el lugar del accidente. En la nave que se hundía, los intentos de imponer orden por parte de la tripulación resultaban vanos. Raúl Cainzos y Jorge Criscuolo eran dos comisarios de a bordo que estuvieron hasta el fin ocupándose de ayudar a los pasajeros y cuidando que ninguno quedara sin salvavidas. Ambos murieron en la tragedia.
El Ciudad de Buenos Aires, prácticamente partido en dos, se hundió 19 minutos después del choque. Relata uno de los tripulantes: “Me estaba vistiendo para entrar de guardia en la sala de máquinas a la hora cero. Cuando sentí el impacto corrí hacia arriba y encontré al comisario Cainzos que, con un revólver en la mano, intentaba mantener el orden, pero era imposible porque todo el mundo estaba descontrolado.
El barco se dio vuelta al comenzar a hundirse. Los comisarios Criscuolo y Cainzos me entregaron varios salvavidas para que los distribuyera entre el pasaje.
Ayudé a varias personas a colocárselos, entre ellas a una mujer; esto hizo que se mantuvieran a flote en el agua, que estaba llena de combustible; luego los rescató el remolcador ‘Laura’, que estaba junto al remolque ‘Pancho’ salvando náufragos”.
El testimonio del tripulante Eugenio Weidart, publicado por el diario argentino Crítica, habla también de la actuación del capitán del Ciudad de Buenos Aires, Silverio Brizuela.

“Yo estuve hasta el último minuto con el Capitán Brizuela […]. El capitán trató de salvar vidas en todo momento, junto a los comisarios Cainzos y Criscuolo; después se dirigió a su camarote y no lo vi más”. El nombre del capitán figura en la lista de los desaparecidos. Algunas versiones afirmaron que se suicidó.

Un matrimonio de pasajeros rescatados llega al puerto de Nueva Palmira (Uruguay).
Jueves 29 de agosto de 1957. Lo único visible que quedó del Ciudad de Buenos Aires: el mástil de proa y el radar emergiendo de las aguas del río

Rescate y confusión

El Ciudad de Buenos Aires tuvo tiempo de lanzar al agua algunos de sus botes, mientras el Mormacsurf emitía la señal de socorro internacional dando cuenta de lo ocurrido. Las autoridades argentinas hicieron salir numerosas lanchas desde San Fernando, San Isidro, Tigre, Campana y Zárate. También partieron los remolcadores Doña Laura y Don Pancho. Las autoridades uruguayas enviaron desde Carmelo una lancha de salvataje y una corbeta. Los sobrevivientes fueron trasladados, en su mayoría, a las ciudades uruguayas de Nueva Palmira y Carmelo. Otros, que se habían arrojado al río en los momentos de mayor pánico, tuvieron como destino la isla Martín García. El gran despliegue de embarcaciones de rescate y el traslado de los náufragos a diferentes puertos generaron confusión y dolor, pues muchas personas que viajaban junto a sus familiares fueron separadas de ellos y los dieron por muertos.

Relatos de un pasajero y un tripulante

El diario uruguayo Acción, en su edición del miércoles 28 de agosto de 1957, reproducía el trágico relato de un pasajero rescatado: “La mayoría del pasaje […] había comido temprano y se encontraba en su camarote en el instante del choque. Un amigo y yo dormíamos profundamente cuando fuimos prácticamente arrojados de nuestras literas, en momentos en que un estrépito impresionante era la nota dominante.
Casi a ciegas y en medio del pánico, como si todo fuera una pesadilla, me encontré corriendo por los pasillos, mientras la tripulación, haciendo gala de una serenidad y sangre fría increíbles, exhortaba a los viajeros a guardar calma y atender sus indicaciones.
El traslado hasta el bote salvavidas y sus circunstancias […] no puedo precisarlas porque, sencillamente, no recuerdo nada. Salvarse era la obsesión, y si la mayoría lo logramos es sólo por milagro. Cuando nos alejamos en el bote vi en parte cómo el Ciudad de Buenos Aires iba quedando sepultado por las crecidas aguas del Uruguay.
Y digo sólo en parte, pues la densa niebla que había en esos momentos parecía querer ocultar la patética escena”.
El relato de otro tripulante, publicado en el diario Crítica de Buenos Aires, es aún más conmovedor: “Creí que se había producido una explosión en las calderas. Se rompieron en varios sitios las cañerías del camarote y el agua comenzó a inundarlo. Corrimos todos hasta la segunda cubierta y allí nos enteramos de lo ocurrido. Se oían gritos de dolor y voces de auxilio por todas partes. Pensé, por supuesto, que el buque iba a hundirse pero no rápidamente. Me equivoqué en eso. […]
El barco había comenzado a escorar a babor. Con todo, seguía pensando que iba a tardar en hundirse e incluso recomendé serenidad a los pasajeros aterrorizados. Pero el escoramiento continuaba y el barco se inclinaba cada vez más, hundiéndose por la popa.
Fue entonces cuando sobrevinieron los instantes más terribles y angustiosos de mi vida. Yo estaba en el centro de la cubierta, tratando de mantenerme de pie. Presas de la desesperación, muchos pasajeros —hombres, mujeres y niños— se arrastraban a mi lado tratando de alcanzar la parte más alta de la cubierta. Ayudé a todos los que pude. ¡Sálveme, sálveme!, gritaban las mujeres. Las que tenían a su hijo, exclamaban sollozando: ¡Salve a mi hijo!
Con terribles esfuerzos, avanzando penosamente por la cubierta, casi trepándola, logré que varias mujeres se aferraran a la barandilla de hierro en la parte más elevada de la cubierta.
En esos momentos me hundí con el barco. Perdí de vista a todos los que me rodeaban. Por unos segundos dejé de oír los gritos y los lamentos.
Logré salir a la superficie; estaba solo. Casi sin darme cuenta —y eso hizo posible mi salida a la superficie— me estaba aferrando a un banco salvavidas que, al igual que muchos otros, se había soltado de la cubierta. […]
Estaba casi a salvo y me consideré un resucitado”.
Valentín Menéndez —tal era su nombre— fue rescatado por el Mormacsurf, que había colocado una planchada casi a la altura del agua para recoger a los sobrevivientes.

Testigo del pánico

Entre la inmensa cantidad de personas que aguardaban en el puerto de Buenos Aires noticias de los náufragos, había un hombre que esperaba en silencio, Roberto Perrotta, quien durante diez horas trató de conseguir información sobre María, su esposa embarazada que viajaba a bordo del Ciudad de Buenos Aires.
Un instante de emoción indescriptible, que toda la prensa argentina aguardaba, fue la llegada al puerto de María, sana y salva, y el reencuentro con su esposo. Visiblemente conmovida, la propia mujer relató su odisea al diario Crítica de Buenos Aires: “Dormía en mi camarote cuando el fuerte sacudimiento del barco me despertó sobresaltada. En seguida oí gritos desesperados a bordo. Salí al pasillo a ver qué pasaba, y casi dormida me arrastró la gente que corría hasta la escalinata de cubierta. Exactamente no sé cómo sucedió, pero arriba el pánico era tremendo. En pocos segundos todos tuvimos la evidencia de que el barco se hundía y cada uno de nosotros buscaba un salvavidas desesperadamente. Alguien me arrojó uno —agregó la señora de Perrotta— y me lo puse.
Los oficiales del barco gritaban para que la gente se serenara. Las madres buscaban a sus hijos. […] De pronto fui a parar al agua”. Relata la mujer que estuvo flotando durante un largo tiempo, gracias al salvavidas y también ayudada por un tablón que le arrojaron desde el Mormacsurf, desde donde los rescatados trataban de socorrer a quienes aún permanecían en el agua. El periodista continuó la entrevista:
—“¿Cuál fue la escena más conmovedora que vio?
—Una señora flotaba abrazada a sus dos hijos, uno que tendría once años y otro de siete. De pronto vi que un remolino le arrebató al más chico y oí el grito desgarrador de la mujer, pero en la superficie del agua ya no se veía nada”.

Epílogo

Casi cien personas perdieron la vida en el siniestro; el Ciudad de Buenos Aires quedó partido en dos y sólo asomaban a la superficie la punta de sus dos palos y la pantalla del radar. Buzos de la armada argentina trabajaron denodadamente en el lugar del naufragio con el fin de rescatar los cadáveres de las víctimas que quedaron atrapadas dentro del casco del buque. Los editoriales de prensa sintetizaban el sentimiento del pueblo argentino. “Fueron muchos los que se salvaron, gracias a los esfuerzos abnegados, pero por desgracia, fueron también muchos los que quedaron atrapados en la trampa mortal”.
“El río está de luto y está de luto la Argentina entera por esta tragedia de la cual sólo se tenía la memoria remota de los hundimientos del América en 1871 y del Colombia en 1909”.

“Historias del vapor de la carrera” de Raúl Vallarino

Este y otros recuerdos de la navegación fluvial entre Uruguay y Argentina se pueden encontrar en el libro ‘Historias del vapor de la carrera’ de Raúl Vallarino

Por ICNDiario

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