Los domingos de mañana solía atracar en la Dársena Fluvial del Puerto de Montevideo el llamado “vapor de la carrera”, que desde más de un siglo atrás diariamente unía nuestra ciudad con Buenos Aires, con zarpada simultánea de ambos puertos a las 21.00 horas para arribar a las 07.00 a la otra terminal. Normalmente, el descenso de los pasajeros y sus equipajes ocupaba cerca de una hora, tras lo cual su dotación se dedicaba a las clásicas tareas de arranchado y limpieza propias del arribo a puerto. Pero bajo cubierta se preparaba también otra actividad: el armado de una feria para la venta de productos argentinos. Sobre las 08.30 horas desde el buque se tendía otro portalón, más a popa, y se habilitaba el ingreso de público, que a esa hora se había congregado en número importante. Al bajar a bodega, el visitante encontraba una muy completa feria de productos argentinos, de costo notoriamente menor a nuestra plaza. Allí se podía adquirir calzado, prendas de vestir, comestibles, bebidas alcohólicas, golosinas, y también mercaderías de otras procedencias (cigarrillos estadounidenses, licores escoceses, perfumes franceses, pilotos italianos, etc.). Realizadas las compras, antes de desembarcar una persona al pie del portalón controlaba lo que cada comprador había adquirido, y determinaba la “tarifa” a pagar por esos bienes, dinero destinado a solventar la “vista gorda” de las autoridades aduaneras. La feria duraba exactamente dos horas, tras lo cual se desalojaba el buque, y el muelle recobraba la soledad y el silencio habituales. Todo volvía a la normalidad, como si nada hubiera ocurrido. A popa del buque, un tripulante encendía el fuego en el medio tanque para el clásico asado del mediodía dominical. Extracto de “Pisando Adoquines”, autor Francisco Valiñas, contenido en “Veinte miradas al paisaje cultural de la ciudad portuaria de Montevideo”, estudio conjunto de la Universidad Católica del Uruguay y la Universidad Complutense de Madrid. Frl Facebook de C/N (R) Francisco Valiñas
