El buque escuela de la Armada cruzará, por primera vez en 10 años, el Océano Atlántico. La travesía implica un entrenamiento de meses. Hace casi 10 horas que el buque escuela Capitán Miranda zarpó del puerto de Montevideo. Un sol rojo y brillante se pone en el horizonte, mientras un par de visitantes jóvenes toman aire en la cubierta principal. Salieron por recomendación de los marinos más experimentados, que tienen claro que mediante la respiración se alivia el fuerte mareo que se siente a bordo. Aunque a esta altura del día, sin embargo, nada parece suficiente para evitar las náuseas. La travesía sonaba sencilla desde tierra firme: se trata de un viaje de Montevideo a Punta del Este. El “embajador itinerante” uruguayo visita todos los fines de semana de enero el principal balneario del país, con el objetivo de terminar de formar a los guardiamarinas recién recibidos que iniciarán el largo viaje por el mundo en abril. Así van aprendiendo las maniobras que luego aplicarán mientras crucen el Océano Atlántico. Pero el recorrido insume más de 10 horas, un tiempo prudencial para que casi todos los visitantes a bordo —incluida la periodista que escribe esta crónica— se sientan mal. El cansancio y el largo día de sol en altamar terminan de revolver esos estómagos que, fondeados frente a la costa punta esteña, piden bajar. La tripulación del Capitán Miranda permanece tranquila. Además de que está suficientemente acostumbrada a las olas y al mar, tampoco parece importarle que durante toda la jornada hubiera gente ajena merodeando el barco. Es amable, atenta y ofrece lo que está a su alcance para que los visitantes se recuperen. Dicen que ya va a pasar, aunque advierten: aún falta el mareo en tierra. Aguardamos casi una hora frente a la bahía de Punta del Este. Se fue el sol y el viaje pesa sobre los cuerpos de quienes nos subimos por primera vez a ese barco. Una lancha de la Armada nos cruza hacia el continente y una noche de recuperación nos espera para que se termine el mareo. Tenían razón: en tierra es peor.
Manual de contingencias.
Este viaje de 10 horas es una ínfima parte de lo que harán en abril. Es la primera vez que el Capitán Miranda cruza el océano desde 2009, cuando entró en una larga reparación que culminó en 2018. César Ricciardi, comandante del buque, explica que podría haberse utilizado en las condiciones en las que estaba, aunque no terminaba de ser seguro. Por eso la Armada se propuso remodelarlo. Todos los cambios fueron hechos en nuestro país y Ricciardi asegura que fue un “importante desafío” para los marinos uruguayos. El barco fue desarmado por completo, le modernizaron el sistema de navegación y luego lo volvieron a ensamblar. El proceso comenzó en 2013 e insumió cinco años. Pero en poco tiempo empezará un nuevo desafío: retomar los viajes transatlánticos. Ricciardi cuenta que de los 12 oficiales que integran el barco, siete jamás surcaron el océano a bordo del Miranda. Hasta 2009, todos los guardiamarinas que se recibían coronaban su carrera con esta larga travesía, algo que se perdió en la última década y ahora deben volver a aceitar. Por eso realizan viajes cortos que permitan entrenar a la tripulación. Allí practican las “maniobras de adiestramiento”, que los preparan para distintas situaciones que puedan surgir entre abril y octubre. Hacen simulacros de incendio, también ensayan cómo llevar adelante una evacuación y terminan de conocer este barco construido en 1930 que ahora luce modernizado. “Hacemos todo para evitar contingencias. Pero también hacemos todo para saber cómo resolverlas. Yo tuve que enfrentar dos incendios a bordo de otros buques, fueron incendios menores, pero en ese momento tienes que saber cómo reaccionar. En la Armada tenemos simuladores de incendio que funcionan a gas y afuera hay una ambulancia esperándonos. Sabiendo eso y todo, la experiencia igual es terrible. Hay que estar preparados”, sentencia Ricciardi. Los problemas que pueden surgir arriba de un buque son incontables. Desde una freidora que se prenda fuego en la cocina hasta una mano fracturada en una maniobra, los marinos están expuestos a un sinfín de riesgos. Por eso repetirán tantas veces los procedimientos antes de zarpar en abril: así esperan asegurarse el viaje más tranquilo posible. Sin embargo, los imprevistos siempre están a la orden del día. En el primer viaje que realizó el Miranda desde su remodelación, en 2018, dos tripulantes debieron ser evacuados. Estaban recorriendo las costas brasileñas cuando un marinero contrajo apendicitis, una infección que necesita atención inmediata. Unos días más tarde, otro se cayó durante una maniobra y se fracturó la pierna. Este año viajarán 75 tripulantes a bordo del barco. Una de ellas es la médica Sofía Buzeta, quien deberá atender a los marineros que tengan algún inconveniente de salud. En su enfermería tiene el material necesario para realizarles los primeros auxilios, además de decenas de blísters de pastillas para atenuar el mareo a bordo del barco. La parte más exigente de la travesía será el cruce por el océano, que insumirá 18 días. Lo harán desde Norfolk, en Estados Unidos, hasta Burdeos, en Francia. Es la “pierna más larga”, como la llaman los marineros, aunque también es de las maneras más cortas de atravesar el Atlántico. El trayecto será en agosto, en pleno verano boreal, para lograr las mejores condiciones de viaje.
Durante esas más de dos semanas no tocarán ningún puerto. Tampoco tendrán contacto con personas ajenas al barco, ya que las comunicaciones satelitales siguen siendo costosísimas y solo están autorizadas en casos de emergencia. El entrenamiento en cubierta, los simulacros y los juegos de carta ocuparán las largas horas de navegación. “Ahí no existe la llamada por teléfono ni el whatsap. Son 18 días entre nosotros, sin contacto con nuestros seres queridos. Es una experiencia única, pero hay que tener un temple muy especial para llevarla a cabo. Además, llega en un momento en el que ya hace cuatro meses que estamos navegando, entonces es muy importante cuidar las relaciones humanas”, explica Ricciardi. La buena convivencia, como en todos los ámbitos, es esencial para que el viaje tampoco sufra sobresaltos. Los guardiamarinas recién recibidos y el resto del personal están entrenados para travesías largas, aunque las sanciones y los arrestos también están a la orden del día para solucionar los conflictos. Se trata de alcanzar un “fino equilibrio”, reconoce la tripulación. Los oficiales pueden utilizar las sanciones cuando las consideren necesarias, aunque deben hacerlo con prudencia para evitar que se generen más rispideces. Todos saben que deberán verse las caras durante seis largos meses y ninguno parece estar dispuesto a que los problemas de convivencia arruinen este esperado viaje. Una sanción por una falta importante puede implicar que el marinero no baje en el próximo puerto. Allí tienen entre tres y cuatro días para recorrer el destino, aunque deben volver al barco a dormir. Una de las mayores motivaciones de la travesía es conocer el mundo, por lo que ninguno quiere que lo arresten por mala conducta.
Pero también está prevista, en última instancia, la expulsión. Un motivo para que esto ocurra es el consumo de drogas durante la travesía, algo que puede probarse con los tests de cocaína y marihuana que hay en la enfermería a bordo. Si el dopaje da positivo, el marino deberá bajarse en el siguiente puerto y regresar a Montevideo. Una vez en Uruguay se definirá cuál será la sanción. “Necesitamos que la tripulación esté con el 100% de sus sentidos y de sus reflejos en el viaje. Acá pueden surgir imprevistos todo el tiempo y todas las personas deben estar operativas para poder enfrentarlos. Además, como te decía, para llevar adelante un viaje tan largo se necesita un temple muy especial, y el consumo de drogas atenta contra eso”, afirma el comandante. No obstante, tomar alcohol sí es algo que está permitido a bordo. Una importante bodega uruguaya dona unas 1.700 botellas de vino, los que servirán para amenizar las decenas de eventos que habrá en los puertos extranjeros. Las recepciones y las cenas con referentes en otros países cumplen un rol fundamental en el viaje del “embajador de los mares”, explica Ricciardi. Las reglas de conducta, reconoce la tripulación, quizás llamen la atención en el mundo exterior, pero son ellas las que aseguran el tan necesario orden durante el viaje.
Vidas de servicio.
Nati Fontaine (21) es una de las dos guardiamarinas mujeres que este año viajarán a bordo del Capitán Miranda. Se recibió en diciembre, luego de cursar una carrera naval de cuatro años que terminará celebrando con este esperado recorrido de seis meses. Nació en Montevideo pero creció en el Chuy, ya que su madre la crió sola y debió mudarse para sobrellevar los problemas económicos que enfrentaba. Dice que en Rocha era “difícil” darles a ella y a sus hermanos una buena formación. Por eso la mujer envió a sus tres hijos al liceo militar, algo que cambió su destino: todos sintieron entonces la vocación por integrar las Fuerzas Armadas. Y eso les cambió la vida. El mayor estudió en el Ejército, la del medio siguió la carrera aeronáutica y ahora Nati piensa dedicarle su vida a la Armada.
“En un acto vi a los marinos en sus relucientes uniformes blancos y ahí me di cuenta de que quería ser como ellos. Me llamó la atención tanta pulcritud, tanto orden. En mi familia son todos civiles, pero nosotros tres quisimos ser militares. Al principio les llamó la atención a mis amigos que yo me dedicara a la marina, me decían: ‘Nati, mirá que están muy salados’”, cuenta hoy.
La Escuela Naval la hizo en régimen de internado, por lo que ya hace cuatro años que convive con sus compañeros. Asegura que ese relacionamiento estrecho los ayudará ahora a sobrellevar los largos meses de travesía. En este tiempo se alejó de algunos de sus amigos del Chuy. Siente que ella cambió, que se volvió una persona más ordenada y apegada a la rutina. Que creció. Pero también destaca las amistades que ganó en estos años, en los que conoció a gente que tiene la misma vocación de servicio que ella. “Íbamos a la escuela de lunes a viernes y los fines de semana también organizábamos planes. No me preocupa la convivencia durante el viaje porque me parece que ya nos conocemos todos”, asegura. Lo que sí le sigue llamando la atención, admite, es que los guardiamarinas de su edad deben darle órdenes al personal subalterno del Capitán Miranda que puede, incluso, doblarles la edad. Si bien están recién recibidos, los jóvenes ya tienen el grado de oficiales, por lo que deben tomar decisiones y también “dar el ejemplo”, cuenta.
“En la escuela estábamos a cargo de los estudiantes más jóvenes que nosotros, pero acá es distinto. Cuando recién me subí al barco, venía la tripulación y me preguntaba: ‘Señora, ¿hacemos tal cosa?’. Ahí tenés pocos segundos para decidir, pero después te vas acostumbrando y cada vez tomas las decisiones más rápido”, afirma.
Como guardiamarinas recién recibidos, Nati y sus compañeros tienen un comedor más pequeño que los oficiales más experimentados. También duermen en otro sector de camarotes, aunque tampoco comparten las instalaciones con el personal subalterno; ellos se ubican en otra cubierta. A la hora de hacer las maniobras náuticas, sin embargo, todos los tripulantes tienen un rol asignado. El comandante Ricciardi explica que no pueden desperdiciar camas en viajeros que no tengan capacitación, por lo que los 75 ocupantes del barco están formados. Desde el personal de menor grado hasta los oficiales más experimentados, todos saben qué hacer en el proceso. Esto se ve al momento de izar las velas. Al ser uno de los primeros viajes del Capitán Miranda, los nuevos guardiamarinas junto con el resto de la tripulación demoran dos horas en hacerlo. Son velas de 10 metros de alto, muy pesadas, que implican que siete personas tiren de una gruesa cuerda con fuerza. Los jóvenes oficiales esperan ir bajando el tiempo a medida que pasen los viajes de prueba.
“Venimos de aprender toda la teoría en la escuela, pero ahora tenemos que llevarla a la práctica. Este viaje es una parte importante de nuestra formación también por eso, porque nos permite ir aplicando conceptos que antes veíamos con mucha abstracción”, sostiene Nati.
Cuestión de género.
Este año viajarán 11 mujeres a bordo del Capitán Miranda. El comandante Ricciardi reconoce que siguen siendo pocas en relación con el resto de la tripulación, aunque la cantidad respeta la proporción que hay en la Armada. Según datos que maneja, el 18% de los integrantes de esa fuerza son mujeres.
Las primeras entraron en el 2000, cuando la marina autorizó la presencia femenina. Desde entonces, ninguna mujer embarcó luego de tener familia, algo que cambiará recién este año: una oficial iniciará el largo viaje y sus hijos quedarán en Uruguay.
“Esto no es por decisión de la Armada, no es que no permitamos que viajen después de ser madres. Tampoco es que haya cupos para mujeres, que tengamos asignada una determinada cantidad de lugares para ellas. Creo que la Armada va acompasando la realidad de nuestra sociedad y por eso ahora, después de 19 años, se embarca una mujer que es madre con nosotros”, dice Ricciardi.
Estos cambios determinaron que se destinaran camarotes exclusivos para mujeres. El comandante asegura que no es bueno que hombres y mujeres compartan dormitorios, ya que hay que “respetar las diferencias de género”. Y en un viaje tan largo, destaca, esto se vuelve aún más importante.
Mientras que en la Escuela Naval sí están permitidas las relaciones amorosas, en el Capitán Miranda son más estrictos. La guardiamarina Nati explica que durante la carrera, los estudiantes deben avisarles a las autoridades que se ennoviaron con otro compañero. Tampoco está prohibido —aunque no es aconsejado— que los oficiales se relacionen con jóvenes que aún no se recibieron.
A bordo del buque, sin embargo, hay una última regla: están terminantemente prohibidas las relaciones amorosas entre la tripulación. Ricciardi asegura que es una forma de mantener el orden, ya que la travesía implica seis meses y esto puede complicar la convivencia durante el viaje. Por eso afirma: “Acá arriba siempre decimos que el amor es para los puertos, no para navegar”.
Una larga travesía patrocinada
El viaje del Capitán Miranda iniciará en abril y terminará en octubre. Una tripulación conformada por 75 personas estará seis meses a bordo del buque, que cruzará el Océano Atlántico con destino a Europa. Esto implica grandes costos, que la Armada logró atenuar gracias a convenios con empresas privadas. Así la travesía reduce en 80% los US$ 500.000 que debería costar.
El barco tiene dos fines: por un lado, los guardiamarinas recién recibidos terminan su formación; por el otro, el velero funciona como un “embajador itinerante” en el mundo. Esta segunda función seduce a compañías uruguayas que buscan mostrar sus productos en el extranjero, por lo que todas las comidas a bordo se preparan con materia prima uruguaya. En las recepciones nocturnas, en las que los oficiales reciben a autoridades internacionales, toman vinos uruguayos y también les muestran el dulce de leche, entre otros emblemas típicos de nuestra cultura. “Fue la manera que encontramos de abaratar el viaje y de mejorar las condiciones a bordo de la tripulación. Para quienes viajamos tantos meses en el Capitán Miranda, la alimentación es muy importante y así logramos una buena calidad”, explica el comandante César Ricciardi. Hasta 2004, el Ministerio de Defensa asignaba el 100% de los recursos que necesitaba el buque. Una vez que asumió el Frente Amplio, la inversión disminuyó y eso implicó que la Asociación de Amigos del Capitán Miranda, una entidad sin fines de lucro, consiguiera el aporte de empresas privadas para asegurar los recursos necesarios para el viaje. Esta es la primera vez en 10 años que el buque volverá a zarpar con destino a Europa. La navegación llevará a los uruguayos a visitar las ciudades de Salvador de Bahía y Fortaleza en Brasil, luego pasarán por Puerto Rico, después conocerán Norfolk (Estados Unidos), hasta que crucen el océano y recalen en Burdeos (Francia). Una vez en Europa conocerán Lisboa (Portugal), Cádiz y La Coruña (España), Dunkerque (Francia), Ámsterdam (Holanda), Bremerhaven (Alemania), Dublín (Irlanda), Liverpool (Inglaterra) y Las Palmas (Islas Canarias). De ahí cruzarán a Natal. https://www.elpais.com.uy/