En el Regimiento de Caballería Nº 1 Blandengues de Artigas los cimarrones viven entre exposiciones, desfiles militares, juegos y caricias. Allí se crían y se entrenan. Desde arriba de los cerros observaban a sus presas. Un joven y uno más viejo comandaban el ataque. Las hembras iban adelante. Los cachorros quedaban protegidos detrás. La formación era propia de un ejército. Esperaban el momento para ejecutar la emboscada. Luego venía el ataque. Los cimarrones pasaron a la historia nacional como perros sin miedo. José Gervasio Artigas admiraba su coraje y su inteligencia. Y por eso le dijo a los portugueses: “Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones”.
Estos animales, en la época de la Banda Oriental, eran más grandes que los actuales: mucho más molosos y salvajes. Tenían las patas más finas, la cabeza más alargada y pesaban más de 60 kilos. Se alimentaban exclusivamente de carne, debían sobrevivir en la campaña y, si era necesario, salir a pelear por la patria. No son más que el resultado de la adaptación del más apto de las cruzas de los perros que trajeron los españoles y los portugueses. Hoy tienen otra vida en el Regimiento de Caballería Nº 1 Blandengues de Artigas: una entre exposiciones, desfiles militares, juegos y caricias. Allí se crían y se entrenan con un objetivo: mantener el linaje de los acompañantes del prócer. La visita al criadero en el cuartel modifica la imagen feroz de estos perros pero, claro, no estaban en servicio. Samba de Blandengues de Artigas y Chasque, Mulata y Mburucuyá de Ankat Ukai (el lugar de nacimiento se considera como “el apellido” del ejemplar; Ankat Ukai es un criadero de Paysandú) jugaban entre ellos hasta que alguno se iba a dormir. Reciben a El País como cualquier perro: saltos, lamidas y movidas de cola. Chasque es el más curioso y se mete en la oficina de la sargento Florencia Morán, su criadora, hasta que esta lo rezonga con una frase muy alejada a la de Artigas: “Andá para afuera porque hacés pis acá adentro. Yo te conozco”. Morán contó que estos soldados caninos también roban bizcochos y revisan cajones en busca de comida al igual que cualquier mascota.
El instinto animal.
Por más que estén domesticados, los cimarrones conservan dos comportamientos salvajes que asombran a Morán, quien no los ha visto en ninguna otra raza. Uno es maternal. Una vez finalizada la lactancia, la madre come primero la comida de sus hijos y luego la regurgita para que ellos se alimenten del bolo digerido. Hasta que la hembra no deja de hacer esto, los soldados no pueden ocuparse de la comida. Lo otro está relacionado con el instinto propio de perros corajudos que se enfrentaban a los grandes felinos (como pumas y yaguaretés) que habitaban en el territorio. Si uno de los perros dominantes de la manada tiene problema con otro y es separado, desde donde esté “manda a otro” para continuar con el ataque. Históricamente así han sido descriptos: “Fuertes, guapos, ligeros, listos, grandes cazadores de mulitas, peludos y avestruces”, contó Morán. desfiles. Los cimarrones del Regimiento de Caballería Nº1 Blandengues de Artigas tienen varias funciones. La principal es desfilar. Para eso entrenan, en particular, para tener buen relacionamiento con los caballos y con los soldados (ver recuadro). Un perro cimarrón siempre acompaña al caballo de Artigas. Va un soldado que representa a Ansina sobre uno y lleva otro moro ensillado y con un sable pero sin jinete. “Decimos que siempre está listo para cuando el general lo quiera volver a montar”, dijo Morán. El cimarrón camina siempre a la sombra del caballo. En los días sin actividad protocolar los cimarrones (no solo Mulata, Samba, Chasque y Mburucuyá que son los perros para exposiciones) parten su tiempo entre robar bizcochos y correr en la cancha de polo y hacer rondines por el cuartel y acompañar en los puestos de guardia. Si el museo está abierto –ahora está cerrado por la pandemia–, los perros reciben a las visitas, en especial si se trata de niños. Parte del recorrido es conocer la historia de la raza canina uruguaya. “Hoy son la insignia del Museo de Blandengues de Artigas. Nuestra tarea como unidad histórica es protegerlos, conservarlos y mostrarlos para que no queden olvidados en la historia”, relató la sargento.
Caballos elegidos por Artigas.
Al inicio de su actividad militar, José Gervasio Artigas montaba caballos colorados. No obstante, pronto los cambió por los moros, la que es considerada la única raza equina autóctona. El cambio se debió a una necesidad: el caballo moro, si bien es de un cuerpo más pequeño que otras razas, tiene una gran resistencia. “Es un caballo que con poca comida y poco agua puede recorrer muchas leguas sin sentirlo físicamente”, explicó la sargento Florencia Morán, enfermera veterinaria del Regimiento de Caballería Nº 1 Blandengues de Artigas. El caballo moro se destaca por tener las crines bien negras y un pelaje grisáceo que puede tener manchas oscuras. No es grande: su altura ronda los 1,50 metros.
“Para Artigas eran un motivo de admiración al igual que los cimarrones”, dijo Morán.
Los caballos moros abren todos los desfiles militares. Bien adelante va un blandengue que tira de un animal con su montura pero sin jinete, acompañado de un perro cimarrón. Se representa así al caballo del prócer que está listo para acudir a la llamada del prócer. https://www.elpais.com.uy/