Una masa de hielo del tamaño de una provincia flota varada en aguas que no perdonan. Su desintegración es lenta pero inevitable, y las señales que emite podrían anticipar más que el final de un iceberg. Lo que ocurre en el sur del planeta podría tener consecuencias invisibles… por ahora. Durante décadas, ha sido uno de los vestigios más impresionantes del clima extremo de la Tierra. Pero el iceberg A-23A, el más grande del mundo, parece haber entrado en sus últimos capítulos. Su viaje lo ha llevado a un punto sin retorno, donde el sol, el mar y el tiempo conspiran para borrarlo del mapa. Aunque su final se acerca, su historia aún no ha terminado. Un coloso atrapado entre aguas traicioneras
Desde 1986, el A-23A ha recorrido silenciosamente las frías rutas del Atlántico sur, manteniéndose como una reliquia flotante del pasado glacial. Pero todo cambió a partir de marzo de 2025, cuando quedó encallado cerca de la isla Georgia del Sur, en una región conocida por su capacidad para retener icebergs como si fueran presas.
En este rincón del océano, el fondo marino poco profundo se ha convertido en su cárcel. La exposición constante al calor, al oleaje y a la salinidad ha acelerado un proceso de degradación que ya es visible desde el espacio. Satélites de la NASA revelan una masa helada desgastada, con bordes irregulares y rodeada de escombros que flotan como fragmentos de un cuerpo en lenta descomposición.
Fragmentación silenciosa pero constante
El fenómeno que afecta al A-23A se conoce como “edge wasting”, una forma de desgaste lateral que provoca desprendimientos sin cambiar la forma general del iceberg, pero reduciendo su volumen. Entre el 6 de marzo y el 3 de mayo, ha perdido más de 360 kilómetros cuadrados de superficie, una cifra que supera la mitad del área de una gran capital europea.
Sin apenas moverse desde su encallamiento, ha seguido cediendo trozos a su entorno, entre ellos uno lo suficientemente grande como para recibir nombre propio: el A-23C. Muchos de estos fragmentos flotan a la deriva, midiendo más de un kilómetro de ancho, y representan riesgos invisibles para barcos que transitan esas rutas inhóspitas.
Un desenlace inevitable, pero aún misterioso
Aunque su progresiva destrucción sugiere que sigue una trayectoria típica de otros icebergs, los científicos no descartan que el A-23A evolucione hacia una desintegración más caótica. Existen tres patrones identificables de fragmentación: el desgaste periférico, la ruptura en grandes bloques y la desaparición total. La aparición de nuevas grietas y desprendimientos podría señalar un cambio de fase hacia una disolución más rápida y violenta.
Desde su origen en la plataforma de hielo Filchner, ha resistido durante casi cuatro décadas. Pero lejos de las frías aguas que lo protegieron durante tanto tiempo, su permanencia se vuelve cada día más insostenible. Si sigue el destino de la mayoría, el A-23A se sumergirá lentamente en las aguas más cálidas del norte, fundiéndose en el anonimato del océano, sin dejar más rastro que una alteración silenciosa del equilibrio marino global. Fuente: National Geographic.