Entre el luto y la gloria PARTE II

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Año 1974.

Apenas dos años después, el 13 de setiembre, otro suceso trágico conmovería a la Institución. No existen muertes justas, pero si hubo una particularmente injusta fue la ocurrida a bordo del Destructor ROU03 “18 de Julio”. Con apenas 23 años y a menos de dos años de su graduación, falleció el Guardiamarina (CIME) Francisco FASSARI, quien ha sido hasta el día de hoy, el alumno con mayor Promedio Final de Egreso en la historia de nuestra Escuela Naval. Nacido en 1951, quedó huérfano de padre a muy corta edad. Su madre María, de origen muy humilde, trabajó denodadamente para criar a su único hijo y poder darle una carrera profesional. Él, poseedor de un intelecto superior y con enormes condiciones de determinación y capacidad, honró el esfuerzo de su madre, batiendo todos los registros de escolaridad y aptitud militar profesional desde su primer año en la Escuela Naval, donde fue Abanderado del Pabellón Nacional e integrante permanente del Cuadro de Honor y de donde egresó con Medalla de Oro y el primer puesto de su promoción.

Pero una vez más el destino jugaría una baza artera. Trabajando en un tablero de electricidad en la sala de máquinas del Destructor “18 de julio”, recibió una descarga eléctrica perdiendo la vida en el acto. Su madre, que con legítimo orgullo viviera y disfrutara el descollante crecimiento profesional de su hijo, fallecería cuatro años después, seguramente sin poder recuperarse de ese cruel golpe.

Año 1997.

            El tiempo siguió pasando y una vez más la tragedia desgarraría a la Institución toda y en particular a la Aviación Naval.El Alférez de Navío (CIME) Claudio PELUFFO, egresado de la Escuela Naval, prestaba servicios en la Aviación Naval desde 1993 y obtuvo dos años más tarde sus alas de Piloto Ingeniero. Calificado piloto de helicópteros llevaba cumplidas numerosas misiones de apoyo a la comunidad y de búsqueda y rescate. Algunas de ellas tuvieron fuerte repercusión, como ser el rescate de dos surfistas que estaban perdidos en el mar, la extracción y traslado de una mujer iraní embarazada, desde un buque esta vez en altamar y también en los trabajos de apoyo y contención, cuando en febrero de 1997 ocurriera el incidente con el buque tanque “San Jorge” a escasas 20 millas de nuestro principal balneario.

            Pero el destino, impiadoso, segaría su vida con tan solo 28 años, el 24 de octubre de 1997, al producirse la caída del helicóptero Bell 47G – Armada 056, mientras estaba desarrollando una misión de auxilio a los damnificados por las inundaciones en el litoral de nuestro país y finalizando la Fase B de las operaciones UNITAS XXXVIII.

            Es oportuno citar parte de las palabras pronunciadas en el homenaje que le hiciera la Junta Departamental de Maldonado, por el entonces Edil Rodrigo Blás: “El Alférez Peluffo es la muestra de uno de los tantos ejemplos que hay en esta sociedad, de gente que con muy bajos sueldos, con elementos que no son los mejores… con malas máquinas, con problemas de todo tipo, arriesgan todo, y hasta la vida sin dudar, en función del cumplimiento de sus obligaciones…”

            Le asistía razón al Edil, tanto en el mar como en el aire, nuestra profesión se desarrolla en un escenario de riesgo y las misiones, muchas de ellas mandatadas en el marco de convenios internacionales que el país ha firmado, tal como el Sistema Nacional de Búsqueda y Rescate, donde el área de responsabilidad de Uruguay llega hasta la mitad del Océano Atlántico, deben ser cumplidas, sí o sí. Y la realidad marca que nuestras unidades suelen ser excesivamente antiguas. A modo de ejemplo relativamente contemporáneo, se puede citar en el área de la Aviación Naval, el helicóptero Wessex que nuestros Aviadores Navales volaran durante muchos años y que fue el último en su clase en permanecer en servicio en el mundo.

Año 2003.

            Entrando en el presente siglo, nos abandona también de manera temprana y triste, otro Oficial CIME, el Teniente de Navío Pablo SEMINO. El 31 de enero de 2003,a la edad de 35 años y dejando esposa y dos hijas pequeñas, falleció a causa de una enfermedad derivada del desempeño del servicio.

            Recientemente fue recordado y homenajeado. Parte de dicho reconocimiento, reza: “querido y apreciado por todos, integro, amable y profesionalmente destacado, este joven oficial de máquinas, Licenciado en Electrónica y Telecomunicaciones con entusiasmo y amor dedicó su vida a su familia y a su profesión. La participación del Teniente Semino era una contribución de valor a las tareas, por sus sólidos conocimientos profesionales y por dar el ejemplo. Moviéndose dentro de los “laberintos de a bordo” o en las estaciones costeras, en ese ida y vuelta entre los planos, los manuales en otros idiomas, los equipos y las antenas, la limitación física de faltarle una pierna pasaba desapercibida al trabajo y al mismo tiempo se marcaba a fuego en las mentes y en el espíritu de los que con él trabajaban… Dio batalla hasta el final, trabajando de forma esforzada a pesar de una dolorosa agonía en sus últimos días de vida, dejando para las generaciones actuales y futuras un legado de dedicación y cariño por la profesión naval militar”.

            Año 2019.

            El Cuerpo de Ingenieros de Máquinas y Electricidad cumple 100 años. En ese siglo, los datos oficiales que registra la Institución, muestran a estos seis marinos reseñados, como los maquinistas fallecidos en actos de servicio.

El mundo laboral ha evolucionado en profesiones y técnicas prevencionistas. Las Armadas no han escapado a ello. En particular nuestra Institución a comienzos de este siglo, incorporó el llamado Sistema de Seguridad Operativa. Este sistema, tomado de un exitoso modelo de la Armada Española, permitió establecer controles de seguridad y evaluaciones de riesgo en diferentes escalas, contribuyendo enormemente a mitigar la pérdida de vidas. Pero hay una realidad subyacente que permanece inmutable. Arturo Pérez Reverte en su formidable libro “La carta esférica” la describió: “El mar esconde a un viejo canalla, peligroso y taimado, cuya aparente camaradería sólo acecha el momento de asestar un zarpazo”. Así ha sido e inevitablemente  seguirá siendo siempre.       

La figura llama la atención. Es como una lucha entre la naturaleza y un torso humano. Ese puño crispado que se levanta al cielo, bien podría haber sido un símil del puño del Alférez de Navío Bidegain, cuando la tragedia del Banco Inglés en aquel lejano 1954 asombrara a nuestra sociedad y enlutara a la gente de mar.

Desde ese momento el Club Naval comenzó un periplo que llevaría años culminar, a la búsqueda de erigir un monumento a los caídos en servicio. Primero se coordinó con las autoridades de la Intendencia Municipal de Montevideo, para ubicar un lugar en la rambla capitalina, obviamente cara al mar. Luego se requirió apoyo de una Fundación y de profesionales para dar forma a un monumento que en bronce, pudiera perpetuarse como ícono de recogimiento para recordar a quienes ofrendaron su vida.

El lugar elegido fue la otrora Plaza Virgilio, hoy Plaza de la Armada. El 15 de noviembre de 1958 se puso la piedra fundamental y el escultor de origen español Eduardo Díaz Yepez creó la obra, que finalmente fue inaugurada dos años más tarde, el 15 de noviembre de 1960.Enmarcada en un hermoso entorno de palmeras y aloes, con un pequeño estanque en su frente, el cielo y el mar al fondo, el monumento fue erigido como un homenaje de luz y bronce. A su pie, una placa en perennegranito reza “A los Caídos en Actos de Servicio de la Armada”. El sol comienza a ocultarse en el horizonte y el cielo parece romperse en mil tonos de rojo. En la penumbra la escultura se oscurece y parece aún más solemne, aún más impresionante. Conmueve.

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